domingo, 29 de marzo de 2009

Desvaríos: Escombros

Han caido varias tormenta que no sabría explicar, mientras los rayos y truenos asolaban las calles, y las despedidas repentinas se iban sucediendo al paso que marcaban los minutos antes de suicidarse desde el calendario, yo lo miraba todo desde el último rincón de la casa. Absorta y perpleja ante la desgracia, sin ganas de salir fuera ni de quedarme dentro, he pasado muchos días casi sin respirar.


Cuando por fin se ha solucionado la climatología, seguía en el mismo lugar, sin pestañear y sin mover ni un solo músculo de mi cuerpo, pensando a penas que comenzaba a sentir un poco de hambre. Mis padres y hermanos aún no han regresado, deben estar refugiados en alguna casa vecina, o quizá se han marchado para siempre y en este momento no soy más que una pobre huerfana abandonada al mundo, sola, tal y como llegué. Sin conocer a nadie y sin saber quien se responsabilizará a partir de ahora de que vaya a la escuela, o se preocupe por bañarme los domingos para ir a misa obligatoriamente, quizá ya no tenga que ir más.


Si no me muevo de este cuarto, escondida bajo esta cama que anteriormente perteneció a mi familia, podría morir de frío, siento las ráfagas de aire azotando los grandes ventanales del salón, o de inanición y sed, si tardan mucho tiempo en encontrarme probablemente sea tarde.Estoy paralizada y no tengo intención de salir de este agujero, a menos que vengan a buscarme ni lo intentaré. Voy a quedarme callada aquí bajo este peso.


Cuando estoy a punto de abandonarme a las dulces garras del sueño, escucho un ruido en la planta baja, unas llaves intentan abrir un cerrojo, varias personas acceden al edificio, tintinean mis huesos contra la dura superficie donde estoy tumbada, van subiendo con desespero las escaleras que les resultan interminables, abren puertas y cajones, escrutan cada detalle e investigan que es lo que ha quedado inmune tras la catástrofe, siguen subiendo, cada vez más cerca, cada vez más miedo, cada vez allanando más la intimidad entre yo y mi espacio, violando mi pacto de silencio.

Perturban mi calma, irrumpen en la estancia y dan con mi cuerpo bajo los escombros y desperfectos, han llegado para sacarme en brazos y mecerme hasta quedarme dormida al fín en un lugar seguro y cómodo. Los brazos de mi madre. Mi padre y mis hermanos me observan abatidos, pero yo ya no puedo verlos. Descanso en paz.

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