En 1996 apareció el monumental Juego de tronos; seguido de Choque de reyes, Tormenta de espadas y de momento Festín de cuervos. Estos títulos fueron publicados por Gigamesh, con intención de publicar el resto de la serie según vaya apareciendo. En ella, Martin vuelve al género fantástico para vengarse: por un lado, supone la cima creativa de un autor cuya valía nunca fue puesta en duda; por otro, ha atraído por fin a ese público masivo que hasta ahora se mostraba esquivo a concederle sus favores. Libro a libro, la Canción de Hielo y Fuego ha ido reuniendo en torno a sí una enorme cantidad de seguidores que se beben, literalmente, cada nueva entrega, y que amenizan la espera de las siguientes releyendo las anteriores, debatiendo en foros de Internet los más oscuros acontecimientos de la serie e interpretando las pistas más vagas con las que Martin ha ido sembrando sus tramas. La Canción de Hielo y Fuego amenaza incluso, a decir de sus más fervientes admiradores, con desbancar al Señor de los Anillos de su puesto consolidado de mejor obra fantástica de todos los tiempos (lo que constituye una evidente exageración, pero indica el entusiasmo a los que lleva). Todo un éxito, pues, de crítica y ventas, conseguido tras décadas en el oficio.
Y, sin embargo, aparentemente la Canción de Hielo y Fuego no se diferencia demasiado de otras sagas dragoneras: con el mismo escenario pseudomedieval y mágico, la misma trama enrevesada muchos personajes que acampan y desacampan, y el mismo conflicto entre la luz y las tinieblas. Todo esto es cierto, y sin embargo, quien lo afirme evidentemente no ha leído la serie.
La trama se inicia con los Stark, antiguos reyes sometidos pacíficamente desde hace siglos a los monarcas que han unificado los siete reinos que ocupan la isla de Westeros. Eddard Stark, un hombre de honor, encuentra unos cachorros de una especie gigante de lobo y entrega uno a cada uno de sus hijos, incluyendo al bastardo John Nieve. La tierra vive en paz bajo el rey Robert Baratheon, conocido como el Usurpador, que dos décadas antes lideró una exitosa coalición para destronar al último de los Targayrens en la que Eddard participó (dos hijos del rey derrocado sobreviven en el exilio). Ahora Robert desea que Eddard se convierta en la nueva Mano del Rey, su lugarteniente, y que abandone sus territorios en el Norte por las intrigas de la corte en Desembarco del Rey. El contrapunto son los Lannister, rubios y ricos terratenientes que cuentan entre sus filas con Jaime el Matarreyes, ejecutor del último Targayren, y con Cersei, la actual esposa de Robert. La muerte en extrañas circunstancias de la anterior Mano del Rey, pone a Robert tras la pista de una amplia conspiración. Antes de que el primer volumen termine, la paz que reinaba sobre Westeros ha concluido, y una nueva guerra civil, más larga, más cruel y de final más incierto que la anterior, estalla entre las casas que aspiran al poder. En su curso, mucho de lo que creíamos saber sobre el pasado de los personajes, sobre las luchas dinásticas y sobre la auténtica historia del derrocamiento de la vieja dinastía resulta ser falso, y según se suceden las alianzas, las victorias y las derrotas, el punto de equilibrio que pondría fin al conflicto parace estar cada vez más lejos de ser alcanzado. Pero no sería prudente contar más y estropear las sorpresas...
El mundo que Martin despliega ante nuestros ojos hunde sus raíces en referencias históricas: esa gran isla, Westeros, que no es sino una imagen especular de Gran Bretaña, y cuyas principales familias, los Stark y los Lannister, remedan a los York y los Lancaster de la Guerra de las Rosas; el pasado hundido de Valyria, medio Roma, medio Atlántida; los antepasados que hacen las veces de celtas y sajones; las ciudades-estado del continente, los jinetes de las estepas, los guerreros del mar de las Islas de Hierro... El primer gran valor de la saga de Martin es el placer de reconocer las referencias, pero éstas son sólo el punto de partida. Pronto descubrimos otra interesante diferencia: que, al contrario que en las series que siguen la estela de la obra de Tolkien, en la Canción de Hielo y Fuego la magia, lo sobrenatural y lo monstruoso no están desapareciendo, sino que están regresando, tras un largo hiato llamado verano y acompañando a la llegada del temido invierno que resuena en el lema de los Stark.
Por otra parte, Martin introduce una agradable ambigüedad moral. Sí, es cierto que al comienzo de la partida hay personajes más y menos agradables, y motivos más y menos nobles para actuar. Pero a lo largo de la serie veremos que rara vez los mejores personajes llegan a convertirse en héroes, que los más perversos pueden causarnos tanta o más simpatía, y que ni la astucia, ni la nobleza, ni los ejércitos, ni la magia son suficientes para asegurar que un jugador del juego de tronos no será barrido del tablero a las primeras de cambio.
La gran herramienta con la que Martin opera estos cambios de rumbo, y la base de la capacidad de entretenimiento y sorpresa de la Canción de Hielo y Fuego, es la elección de unos puntos de vista concretos para cada personaje. Así, en cada volumen tenemos un grupo de personajes cuyas peripecias seguiremos a través de un narrador en tercera persona pero como colocado sobre el hombro de cada uno, sin atisbos de omnisciencia. Cada capítulo, presidido por el nombre del personaje al que sigue, nos da y nos quita al mismo tiempo: tenemos más información sobre lo que va pasando, pero quedamos ciegos temporalmente ante las otras tramas (aunque nunca se sabe lo que un personaje puede aprender que sería útil a otro), este cambio constante de punto de vista, que siempre hace que lamentemos cuando acaba uno, para vernos absorbidos rápidamente por el siguiente, no provoca una multiplicación de las páginas al reiterar acontecimientos, sino que progresa a lo largo del tiempo, de forma que algunos de los grandes sucesos de la serie se presencian de refilón, o directamente se refieren de forma elíptica. Los puntos de vista, pues, dan muchísimo juego.
Amplia, ambiciosa, bien narrada y absolutamente adictiva, el único pero que se le puede poner a la Canción de Hilo y Fuego a día de hoy es su condición de obra sin terminar, no está previsto que Martin la termine hasta dentro de otros cuatro o cinco. El autor, además, se enfrenta al desafío de competir no sólo consigo mismo, haciendo la trama cada vez más interesante, sino con las expectativas de los lectores, que habiendo leído las cuatro primeras entregas de una serie en curso han previsto, o eso parece, cada posible desarrollo y cada desenlace de cada trama en los tres volúmenes siguientes.
No obstante, a los que estamos rendidos ante la pericia de Martin esto no nos importa demasiado. Sólo deseamos una cosa: que salga pronto el siguiente volumen porque se acerca el invierno, y después del decepcionante último título, porque seamos franco Festín de cuervos pierde el interés y naufraga en historias secundarias que hacen un libro aburrido, menos mal que tenemos las últimas 200 páginas que vuelven a retomar el puso y el ritmo al que estábamos acostumbrados; y hace que esperemos a ver si todo esto estaba justificado en la esperada Dance with dragons.
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