Por Rojoabril,
Tras derretirse la prisa en los renglones torcidos de sus acurrucadas pestañas, se formó un charco de obtuso pasado de alquitranes bajo sus pies.
Con las manos en los bolsillos descargados de objetos pero repletos de porvenir, cogió el primer avión y se evaporó del amasijo de cemento y acero que tapiaba sus alas y repetía la misma desidia reflejada en sus dos ventanas al mundo, reahumados por el ruido y la polución.
Emigró hacia una tierra antigua, cementerio reciente de paredes llorando colores vivos de tiempos gloriosos, con sones pegadizos al volver de las esquinas y ojos brillantes por doquier al salir el sol o ponerse la noche. Así como manos grandes de piel suave y palmas dulces como paneles de abeja.
Cuba tenía en su interior tintineante, olor a sal y humedad en los huesos, sonrisas de generoso alboroto y lágrimas de oscuro dolor. Pero era tan real que cuando miraba a su alrededor podía imaginarse que aquello era de verdad la vida que nunca había sentido tener.
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