Hace poco leí un libro muy interesante, no tanto por su calidad literaria –que sin duda le sobraba- sino por la originalidad con la que la autora nos situaba ante el protagonista y sus circunstancias.
Me he acostumbrado cuando leo –y seguramente esto es algo que le sucede a la mayoría de lectores- a enfrentarme a los personajes que componen la historia tomando, indefectiblemente, partido por unos u otros; esto es, posicionándome frente a todos y cada uno de ellos. Quizás suena más enrevesado de lo que es, porque de hecho se trata de un proceso rutinario y hasta me atrevería a decir casi inconsciente. A medida que leemos simplemente vamos analizando quién y quién no es para nosotros el héroe, el antihéroe, la víctima, el verdugo...y así hasta que etiquetamos a cada personaje en función de los sentimientos que despiertan en nosotros.
Lo que nunca antes me había sucedido es llegar a sentirme identificado –identificación a medio camino entre la admiración y la devoción-, con el protagonista trágico que en medio de una despiadada contienda militar –la Segunda Guerra Mundial- muestra ante nosotros su tímida adhesión a las consignas del bando equivocado, un bando perverso en lo que a planteamientos ideológicos se refiere y de naturaleza casi tan trágica como la del antihéroe que articula la historia.
Y este hecho tan curioso ha hecho que me planteara varias cosas. En primer lugar he pensado seriamente en lo influenciado que he estado durante toda mi vida por la historiografía contemporánea, que no es otra que la que escribieron para la posteridad los vencedores de la mayor hecatombe del mundo conocido. Pues a pesar de haber escuchado cientos de veces aquello de “la Historia la escriben los vencedores”, hasta el día en que conocí de cerca a Martin Bora no supe con exactitud el verdadero significado de esas palabras.
Evito ahora la demagogia barata, pues no es mi intención entrar de lleno en los aspectos históricos de aquel conflicto bélico. Esta es una sección de literatura y de literatura hemos venido hablar. Queda claro también que, afortunadamente, los aliados derrotaron al nazismo en Europa y aquella aberración llamada Tercer Reich apenas duró doce de los mil años vaticinados por su Führer.
Por eso lo curioso de todo esto, lo bonito incluso diría yo, es que un simple libro haya sido capaz de despertar en mí el sentido crítico de algo que no discuto por ser demasiado obvio, pero que ahora me planteo no he sido capaz de valorar en su justa medida. Porque leyendo a Martin Bora me he dado cuenta de que llevo media vida considerando a un bando por entero como si fuera poco menos que la personificación misma de su cabeza visible, ese ser trastornado, despreciable y megalómano llamado Adolf Hitler.
Pues bien, también entre los malos –y me refiero a los malos de verdad y no a otros “malos” al estilo Michael Corleone o Aquiles el griego- puede llegar a apreciarse cierta humanidad, esa cualidad tan necesaria típica de las personas cuya carencia se sitúa, en muchos casos, en el origen de casi todos conflictos. Y esa humanidad de la que hablo es precisamente la que le sobra a Martín Bora, mayor de la Wehrmacht nazi, ayudante personal de uno de sus poderosos mariscales de campo y aristócrata cultivado con un profundo sentido de la ética, algo que sin duda se reflejará en su forma de entender la guerra, las injusticias que de ella se derivan, pero sobre todo en su comportamiento para con sus correligionarios y las consignas de Hitler, a las que su sentido del deber le llevará a adherirse tan tímidamente como le sea posible.
Por todo ello recomiendo encarecidamente la lectura de cualquiera de las obras de la serie protagonizada por Martin Bora, compuesta hasta ahora por Lumen, Kaputt Mundi, The Horseman´s song, The Dead in the Square y The Venus of Salò. En ellas descubriremos a un militar melancólico al estilo prusiano dedicado a esclarecer asesinatos dentro de su propio bando, lo que le colocará en una posición extremadamente delicada y le hará ganarse la antipatía de muchos de los suyos –sobre todo de los SS- y le acabará enfrentando a toda una maquinaria político-institucional a la que por tradición familiar pertenece pero cuyos planteamientos filosóficos de fondo rechaza porque entran en conflicto su nobleza, una nobleza nacida de ese carácter de hierro forjado a base de la más recta disciplina teutona.
Por cierto, interesante a más no poder su creadora, la italiana de nacimiento y estadounidense de adopción Ben Pastor. Para quien le sobre tiempo.
Me he acostumbrado cuando leo –y seguramente esto es algo que le sucede a la mayoría de lectores- a enfrentarme a los personajes que componen la historia tomando, indefectiblemente, partido por unos u otros; esto es, posicionándome frente a todos y cada uno de ellos. Quizás suena más enrevesado de lo que es, porque de hecho se trata de un proceso rutinario y hasta me atrevería a decir casi inconsciente. A medida que leemos simplemente vamos analizando quién y quién no es para nosotros el héroe, el antihéroe, la víctima, el verdugo...y así hasta que etiquetamos a cada personaje en función de los sentimientos que despiertan en nosotros.
Lo que nunca antes me había sucedido es llegar a sentirme identificado –identificación a medio camino entre la admiración y la devoción-, con el protagonista trágico que en medio de una despiadada contienda militar –la Segunda Guerra Mundial- muestra ante nosotros su tímida adhesión a las consignas del bando equivocado, un bando perverso en lo que a planteamientos ideológicos se refiere y de naturaleza casi tan trágica como la del antihéroe que articula la historia.
Y este hecho tan curioso ha hecho que me planteara varias cosas. En primer lugar he pensado seriamente en lo influenciado que he estado durante toda mi vida por la historiografía contemporánea, que no es otra que la que escribieron para la posteridad los vencedores de la mayor hecatombe del mundo conocido. Pues a pesar de haber escuchado cientos de veces aquello de “la Historia la escriben los vencedores”, hasta el día en que conocí de cerca a Martin Bora no supe con exactitud el verdadero significado de esas palabras.
Evito ahora la demagogia barata, pues no es mi intención entrar de lleno en los aspectos históricos de aquel conflicto bélico. Esta es una sección de literatura y de literatura hemos venido hablar. Queda claro también que, afortunadamente, los aliados derrotaron al nazismo en Europa y aquella aberración llamada Tercer Reich apenas duró doce de los mil años vaticinados por su Führer.
Por eso lo curioso de todo esto, lo bonito incluso diría yo, es que un simple libro haya sido capaz de despertar en mí el sentido crítico de algo que no discuto por ser demasiado obvio, pero que ahora me planteo no he sido capaz de valorar en su justa medida. Porque leyendo a Martin Bora me he dado cuenta de que llevo media vida considerando a un bando por entero como si fuera poco menos que la personificación misma de su cabeza visible, ese ser trastornado, despreciable y megalómano llamado Adolf Hitler.
Pues bien, también entre los malos –y me refiero a los malos de verdad y no a otros “malos” al estilo Michael Corleone o Aquiles el griego- puede llegar a apreciarse cierta humanidad, esa cualidad tan necesaria típica de las personas cuya carencia se sitúa, en muchos casos, en el origen de casi todos conflictos. Y esa humanidad de la que hablo es precisamente la que le sobra a Martín Bora, mayor de la Wehrmacht nazi, ayudante personal de uno de sus poderosos mariscales de campo y aristócrata cultivado con un profundo sentido de la ética, algo que sin duda se reflejará en su forma de entender la guerra, las injusticias que de ella se derivan, pero sobre todo en su comportamiento para con sus correligionarios y las consignas de Hitler, a las que su sentido del deber le llevará a adherirse tan tímidamente como le sea posible.
Por todo ello recomiendo encarecidamente la lectura de cualquiera de las obras de la serie protagonizada por Martin Bora, compuesta hasta ahora por Lumen, Kaputt Mundi, The Horseman´s song, The Dead in the Square y The Venus of Salò. En ellas descubriremos a un militar melancólico al estilo prusiano dedicado a esclarecer asesinatos dentro de su propio bando, lo que le colocará en una posición extremadamente delicada y le hará ganarse la antipatía de muchos de los suyos –sobre todo de los SS- y le acabará enfrentando a toda una maquinaria político-institucional a la que por tradición familiar pertenece pero cuyos planteamientos filosóficos de fondo rechaza porque entran en conflicto su nobleza, una nobleza nacida de ese carácter de hierro forjado a base de la más recta disciplina teutona.
Por cierto, interesante a más no poder su creadora, la italiana de nacimiento y estadounidense de adopción Ben Pastor. Para quien le sobre tiempo.
Toni F.
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