La ordenanza que además servirá para regular otras muchas cosas relacionadas con la publicidad exterior tratará de proteger, como no podía ser de otra manera, el centro de la ciudad. Según cuentan se mantendrán los privilegios en algunos casos (símbolos como el cartel de Schweppes o el de Tío Pepe) y se favorecerán los “focos o escenas encendidas”, lugares en los que sí se permitirán los grandes carteles luminosos –supondremos que a un precio sólo asequible para las grandes multinacionales- ya que “pueden favorecer una imagen positiva de la ciudad”. No como los pobres hombres anuncio que destruyen su dignidad por cinco euros a la hora o los repartidores de octavillas y de publicidad callejera que al parecer no hacen más que ensuciar la calle.
Pues eso, que nadie duda que el espacio público es también un gran espacio comercial. Y al parecer, algunos se han empeñado en que cada vez sea menos democrático. El que no tiene dinero para pagar esos grandes carteles o las supercampañas mediáticas que se vaya olvidando también de hacer la calle… al menos y de momento, en Madrid.
Lo de las octavillas también tiene lo suyo. Y por cierto, la ordenanza de civismo de Castellón prohíbe explícitamente el reparto de octavillas y publicidad en la calle: "Se prohibe esparcir y tirar toda clase de folletos, octavillas o papeles de propaganda o publicidad y materiales similares en la vía y en los espacios públicos (art,13)". Este tema va más allá porque las octavillas no son una forma de comunicación exclusiva de la publicidad, sino que durante años ha sido una vía muy sencilla de comunicación social o de comunicación política. Es decir, que si un policía decide que el documento que se entrega en una manifestación es una octavilla de propaganda, puede caerle el multazo. O queda la posibilidad de jugar a los equívocos, probar con octavillas que, en realidad, no inciten a nada ni vendan nada. ¿El medio como mensaje?
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