Cuantas veces andaré y desandaré mis pasos, giraré esquinas desiertas que acabarán resultando cotidianas incluso en el primer momento del giro, y como siempre acabaré enquistada en el trozo de mármol que ocupa el peldaño más alto de mi viaje. Un cajón que oculta verdades o narra solo a medias, a la vez que provoca inclusiones pasajeras en momentos subterráneos.
El empezar de nuevo desde cero o desde diez nunca entra en los planes. Aquellos que planteé en sueños o ilusiones visionarias a distancia, ni siquiera los cumplí. Desde mi experiencia cuento, que las más grandes historias acontecidas fueron casuales, no se buscaron sino que simplemente se encontraron tomando copas en un bar y al micrófono sonoro intercomunicando, traspasando el sonido vibratorio de un piano a media voz oculto entre penumbras siendo el protagonista en serie.
Podría hablar durante horas sin que un ápice de desgaste acudiera a mis entrañas, pero nunca en sí podría con palabras abarcar cuan lejos llegarán los largos lazos de pensamientos que bordean momentos históricos y construyen edificios de bondades rebozados en pintura plástica de lágrima fácil. A menudo, tratamos de dar vanas explicaciones, explicaciones vanas. Argumentos creados con tanto tipo de detalle que no dejan más que entrever simples prólogos de lo que intentamos llegar a sentir.
Si nuestras vanidades, rencores y prejuicios abarcaran algo menos del 90% de nuestros actos, gestos y palabrería, el mundo tendría unas texturas un tanto más reales, humildes, cercanas y como consecuencia directa, respetables.
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